El amor es lo único que puede transformar el mundo y a nosotros mismos (Etty Hillesum)
La verdadera clave para la gestión emocional no está en las técnicas de relajación, la meditación, los hábitos saludables, ni siquiera en la expresión de nuestros sentimientos. La verdadera clave para la gestión emocional está en la comprensión profunda de nuestros problemas y en la orientación personal para abordarlos y resolverlos.
Muchas veces caemos en el error de pensar que las emociones estorban y hay que eliminarlas, controlarlas o minimizarlas. A veces nos hacen sufrir, nos dificultan la vida y nos afectan demasiado. Pero las emociones no son malas: no existen las bajas pasiones, como se decía en la filosofía antigua. Hay emociones agradables y desagradables, pero todas son buenas, pues cumplen una función de ayuda y de adaptación para nuestra vida.
¿Qué es una emoción?
Las emociones son como una alarma que se enciende en nuestra conciencia cuando algo importante sucede. Sirven para avisarnos de eso que ha sucedido y que no nos hemos dado cuenta. Si lo que ha sucedido es negativo, la emoción será probablemente desagradable; y si es positivo probablemente la emoción sea agradable: ante el peligro, siento miedo; ante la dificultad, siento ira; ante la pérdida, siento tristeza; ante un error, siento vergüenza; ante el mal, siento asco; ante lo inesperado, siento sorpresa; ante el amor, siento alegría.
Las emociones surgen cuando percibimos un cambio en nuestra vida y sirven para motivarnos a cambiar nosotros. Esta es la definición de emoción: las emociones son decisiones inconscientes que toma nuestro cerebro por nosotros cuando perciben un aconecimiento vital relevante que activan los mecanismos de adaptación a ese cambio. Por lo tanto, las emociones nos permiten adaptarnos a ese cambio de manera más rápida y eficiente que si lo hicieramos de manera consciente.
¿Porqué perdemos el control de nuestras emociones?
El problema esta en que las emociones no siempre son eficaces. Porque a veces la respuesta «programada» que tenemos automatizada no es la mejor, especialmente cuando nos enfrentamos a algo nuevo o para lo que no estamos preparados. En esos casos, las emociones por si solas no resuelven el problema: es necesario algo más. En estas ocasiones requerimos la colaboración de otra capacidad que todos tenemos y que las complementa en la resolución de toda crisis o cambio: la razón. Para acertar, necesitamos comprender y responder racionalmente a los cambios. Somos racionales: necesitamos entender los cambios que nos afectan.
Sin embargo, en muchas ocasiones nos sentimos perdidos y confundidos por eventos, cambios, sufrimientos, maltratos, etc. Es entonces cuando una crisis vital deriva en una crisis emocional y sufrimos inestabilidad emocional, emociones desbordadas, perdemos el control y a veces agravamos el problema comenzando un círculo vicioso.
¿Y si ignoramos nuestras emociones?
Podemos caer en la tentación de, no solo ignorar nuestra razón sino también de ignorar nuestras emociones, tapándolas con autocontrol o parches de todo tipo: fármacos, drogas, ocio, placeres, una vida frenética, trabajo, meditación mal enfocada, relaciones románticas, proyectos, obsesiones, dinero, religión, etc. incluso podemos tapar unas emociones con otras. Si caemos en esto, el resultado es el peor que puede pasar, pues estaríamos enterrando las emociones y enquistándolas, por lo que acaban creciendo y explotando por algún lado.
Esto puede derivar en enfermedades de cualquier tipo: desde problemas emocionales complejos y enfermedades mentales, hasta síntomas físicos (irritación en la piel, dolor de estómago, vomitos, taquicardia…). En casos más extremos donde se reprimen traumas enteros fuertemente, puede derivar incluso en enfermadades físicas y crónicas como cánceres, fibromialgia, enfermedades autoinmunes, etc. Y a nivel más espiritual/intelectual podemos sufrir vacío existencial, angustia, infelicidad, crisis religiosas, radicalización ideológica, crisis de identidad, despersonalización, delirios psicóticos, etc.
¿Cómo gestionar una emoción?
¿Cómo hacemos para «superar» o calmar la emoción? (especialmente las negativas). La respuesta es: solucionando el problema que la activó. Una vez esté solucionado el problema, la emoción deja de ser necesaria y desaparece por sí sola.
Para ello, debemos unir emoción y razón. La emoción motiva a cambiar y a buscar una solución al cambio, y además, nos hace intuir dónde está el problema; pero la solución debemos de definirla a través de la razón, que nos ayuda a comprenderlo y a afrontarlo. La emoción nos guía hacia el problema, y la razón hacia la solución.
Si el problema de mi ansiedad es que voy mal en los estudios, tengo miedo a suspender y cuando llega el examen se me queda la mente en blanco, la solución es aprender técnica de estudio, lograr aprobar y ya no tendré más ansiedad.
Si el problema de mi tristeza es que no tengo ilusiones por las que vivir, debo empezar a explorar qué es lo que me gusta o lo que me puede apasionar y cuando lo encuentre se irá mi tristeza para siempre. El problema está resuelto.
¿Y si el problema no tiene solución?
La solución estará en comprender que no hay solución, aceptar la situación y dejar de pensar en el problema. Cuando el problema se analiza y se comprende en profundidad y se concluye que no hay solución, la emoción también se va. Pero esto solo funciona si se ha reflexionado y comprendido racionalmente y si se acepta. Porque es la razón la que desactiva la emoción y el amor lo que sana.
Es aquí cuando debemos tomar la decisión de aceptar. Aceptar la situación, también calma la emoción. Esta vía es un poco más difícil, pero igualmente funciona.
Puede ser incluso que tengamos una gran tristeza por el problema más irreparable e imposible de solucionar: la muerte; por ejemplo, la muerte de un ser querido. En este caso, es un problema que no tiene solución; por tanto, el camino que debo recorrer es el camino de la aceptación. Y este camino se recorre a través de las emociones: sintiendo nuestras emociones y dejando que nos transformen. No debemos reprimir el sentimiento, al contrario, debemos experimentar por completo la vida: si me duele, lloro; si me da miedo, tiemblo; si me enfado, grito; si estoy contento, canto… Uno debe sentir todo ese dolor hasta rebentar. En el fondo, aceptar no es más que amar y abrazar la realidad tal y como es y en este caso toca asumir el dolor de una pérdida.
Es cierto que parte de este problema no tiene solución (nadie podrá sustituir a ese ser querido), pero incluso aquí, hay una parte solucionable: no podemos sustituir a la persona pero sí todo aquello que rodeaba a la persona: encontrar nuevas actividades, nuevas metas, nuevas ilusiones… También abrirnos a nuevas personas que,no nos podrán amar como ese ser querido, pero sí podremos amarlas nosotros a ellas y dejarnos querer por ellas, siendo para nosotros un apoyo y una motivación más para ser felices. En resumen, podemos reinventar nuestra vida para adaptarnos a una vida sin esa persona. Cuando hacemos esto, estamos solucionando la parte solucionable del problema y aceptando la parte irreparable y, en general, estaremos minimizando y reduciendo al máximo el problema.
Por ultimo, hay algo más que podremos hacer: lograr que el problema no ocupe el lugar central de nuestra vida; esto es, centrarnos en todo aquello bueno que aún tenemos y en todo lo que nos ayudaría a crecer. Si nos centramos en vivir con ello y seguir creciendo en el resto de áreas de nuestra felicidad, podremos superar ese sufrimiento. Superar significa que el dolor está ahí, pero que no nos supera: somos más grandes que él. Podríamos incluso llegar a ser más felices de lo que lo éramos antes de esa pérdida, porque tenemos un vacío por la ausencia de nuestro ser querido pero haber trabajado mucho en nuestra felicida y en nuestro desarrollo personal hará que también tengamos muchos más motivos para ser felices.
Si aceptamos la vida y además aprendemos a solucionarla, podremos superar cualquier herida, resucitar de nuestras cenizas y aprender a ser feliz con lo que nos venga.
En resumen, hay 2 únicas formas de regular nuestras emociones: solucionar el problema que las desencadena, o aceptando la situación. Y, tanto solucionar como aceptar se realizan gracias a la comprensión consciente de la situación. Sin embargo, lo realmente extraordinario del ser humano es cuando descubre que el mayor de sus problemas ya está resuelto: la felicidad está dentro de nosotros, por eso siempre podremos resucitar y resurgir de nuestros sufrimientos.
Soy graduado en Psicología con máster de coaching y Psicología Existencial. Estoy especializado en orientación de adolescentes y rendimiento académico, así como en ansiedad y etrés. En 2013 comencé a formarme en IPæ y en 2018 emprendí su sede en Lucena. Me encanta la escritura y la lectura para formarme. Considero que la terapia se resume en leer, escibir y conversar. Puedes reservar cita conmigo aquí.