abrazar el sufrimiento

En ocasiones la vida duele: sobre cómo abrazar el sufrimiento para sanarlo

El descenso a los infiernos

A Rafa, para ayudarle a abrazar su dolor.

Solo quien conoció la angustia reposa, solo quien desciende a los infiernos salva a la persona amada. (Søren Kierkegaard)

Hay momentos en los que la tristeza, la angustia y la desesperanza que sentimos es tan grande que la única palabra que existe para describir nuestro ánimo es casi impronunciable: infierno.

Gracias al catolicismo por revelarnos que existe este estado y así aportarnos algo de luz sobre nuestros sufrimientos.

El infierno es ese estado en el que casi no existe nada, tan solo la ausencia de amor, de esperanza, de fe…

El infierno es ausencia, vacío, la nada. Y esa nada es la que produce el profundo dolor.

El infierno es tocar fondo, caer bajo, muy bajo: sufrir hasta agotar el sufrimiento, sufrir hasta no poder sufrir más.

En ocasiones la vida duele, el corazón se raja como si nos clavaran un puñal, el alma queda rota, el frío hiela las manos y el silencio se respira y cala.

Nada. No sucede nada. Tan solo silencio. Eso, y una profunda incapacidad para pensar, para entender, e incluso para sufrir más.

A veces sentimos que sufrimos de una manera distinta. Es porque nuestro sufrimiento no es dolor —no al menos en el sentido físico—, sino mucho más profundo. No es ni siquiera ansiedad o desánimo —no es psicológico—, sino más profundo. Es ira, pasión y angustia existencial que colma el miedo. Y la más profunda: la pena, que envuelve la tristeza, la soledad y el anhelo de amor. <<Quiero ser amado>>: un grito a viva voz.

Ese es el más profundo y puro deseo del hombre que está en el infierno. Ese y la culpa por los errores cometidos, por no haber amado. Pero, sobre todo, anhelo: anhelo de amor. Es algo así como sentir que no nos han amado lo suficiente. Sentir que necesitamos que nos quieran.

El grito, el llanto, el silencio y la nada nos abrazan. La cruz cae sobre nosotros. El cielo de cemento nos aplasta. Todo parece perdido. No se ve esperanza. La tormenta embravece, el barco naufraga, la cubierta es azotada, todo se hunde, todo nos mata.

Todo se envuelve lo que los místicos llamaron la noche oscura del alma. Sin embargo, aunque la situación es difícil, y posiblemente sea el día más duro de nuestra vida…, algo nos sostiene, algo existe que nos ayuda a pensar que hay esperanza. Porque si estás sintiendo este dolor es porque tienes esperanza de poder sanarlo. Nadie pasa por este infierno sin esperanza.

Cuando nos atrevemos a sentir, cuando nos atrevemos a abrazar ese sufrimiento, ese desamor, esa angustia, esa pena y ese dolor…, cuando entramos en nuestro infierno personal muriendo y pasando por todo el dolor sin miedo a reventar; es entonces cuando abrazamos la vida y la amamos de verdad: abrazamos el sentir, el estar vivos para sentir la vida en todas sus dimensiones y experiencias, también la del dolor. Es entonces cuando aprendemos a aceptar la vida, tocamos fondo y maduramos.

Y es entonces cuando resucitamos y perdemos el miedo al dolor, a llorar, a morir y a palpar y sentir nuestra debilidad, nuestra vulnerabilidad y nuestra fragilidad.

Es entonces cuando subimos a la cruz y descubrimos que la cruz no nos mata.

Es entonces cuando nos volvemos más fuertes, más sencillos, más humildes, más felices y más maduros. Es también ahí cuando encontramos el valor para perdonar y perdonarnos, amar y amarnos, mirar a los demás y vernos tal cual somos: personas.

Y después de la tempestad, viene la calma. Después del infierno viene el descanso, la paz serena, la esperanza.

No hay experiencia más sanadora, más transformadora y más liberadora que entrar en nuestro pequeño infierno para abrazarnos y liberarnos a nosotros mismos: nuestro verdadero yo, nuestra verdadera esencia, que estaba ahí encerrada. Pocas cosas merecen más la pena que pasar por el sufrimiento necesario. Es ahí donde la cruz se vuelve gloriosa.

Después de toda esta experiencia, descubrimos siempre la raíz de tanta angustia: lo que la angustia siempre nos enseña es que estábamos profundamente equivocados. Que nuestra vida no iba por buen camino y que debemos asumir un cambio. Ese cambio puede suponer aceptar una pérdida, desprendernos de un amor malo o contaminado y que debemos purificarlo.

Pero sepamos que, si asumimos ese cambio, ya nunca más necesitaremos volver a pasar por este infierno para aprender de estos errores tan importantes: habremos madurado. Sin embargo, si no lo hacemos, si no asumimos la realidad y huimos de ella, el vacío seguirá ahí y se hará más grande.

Llegados a este punto, solo queda un camino: hacer lo correcto. Y además se vuelve más fácil. Lo peor de esta crisis ya ha pasado. Y lo que está por venir es lo mejor que nunca nos ha pasado, pues en estas crisis crecemos en las dos virtudes más importantes para la felicidad: en amor y en libertad. Si hacemos lo correcto, experimentaremos un renacer y una vida tan profundas que nos impulsarán hacia una felicidad que nunca antes habíamos vivido, ni sentido ni imaginado: la paz de la conciencia y la alegría de amar de verdad.

Juan Carlos Beato Díaz

Psicólogo y Coach del Centro IPæ

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