Autoestima no es… valorarte a ti mismo porque hayas empezado a admirarte, o a ver lo bueno de ti mismo, o a descubrir que puedes o que tienes algo importante que aportar. Autoestima no es descubrir tus puntos fuertes, tus aptitudes y cualidades. Autoestima no es sentirte bien contigo mismo ni saber que eres útil o importante para los otros. Tampoco es que te quieran.
Autoestima es dejar de darle importancia a todas esas cosas y simple y sencillamente decidir amarte. Autoestima es decidir que vales, decidir aceptarte.
Autoestima no es quererte por cómo eres, por lo que aportas, por lo que tienes o por lo que haces (aunque ayuda, cierto que ayuda). Autoestima es quererte porque si, porque eliges amarte. Es una decisión personal, sencilla, libre y pura: un acto de amor que se da en un instante. No sucede esperando resultados, efectos, ni basándonos en condiciones. No está basado en otras realidades diferentes a nosotros. Autoestima es solo una cosa: el acto de decir SI a sí mismo.
Me quiero. ¿Por qué? Porque sí. Me quiero porque me da la gana. Me quiero porque me quiero. Me sale de las narices quererme. Me elijo a mí mismo, opto por mí delante del espejo.
De hecho, autoestima tiene más de verte a ti mismo defectuoso que de verte perfecto o radiante. La palabra autoestima tiene una parte ―oscura pero sana― de ver tus defectos y pecados, los errores que has realizado y los vacíos que has dejado. Tiene parte de criticarte a ti mismo —poner nombre a tus deficiencias y problemas— para luego poder perdonarte y mejorar. El autoestima pasa muchas veces por pararse a descubrir la nada que somos y el infierno que hay en nuestro corazón, pues solo si encontramos el vacío podemos comenzar a llenarlo. Y entrever que seguimos siendo valiosos aún cuando no lo merecemos tanto.
Autoestima tiene parte de reconocer que a veces nos sentimos mal con nosotros mismos y descubrir que somos muchas veces inútiles pero que ello da igual. —El ser humano no es valioso por ser útil, no somos un objeto, nuestra primera vocación no es ser útiles—. Autoestima es descubrir que no me quiero del todo.
Esto es autoestima: aceptar de ti lo bueno y lo malo, y aceptar que no te aceptas siempre fácilmente, aceptar que aún no hemos llegado a ser nada comparado con lo que podemos llegar a ser, pero, aun así, emprender la loca aventura para alcanzarlo.
Autoestima es, demasiadas veces, conocer la pequeñez personal y aceptarse en lo malo para superarse y así conseguir lo enormemente bueno. Percatémonos de que siempre fuimos más bien que mal: siempre hubo un bien infinito en nosotros frente a nuestros males y vacíos. Todo ser humano es valioso y sagrado en dignidad y toda vida ha de ser defendida y respetada —no digo justificada ni libre de represalias ante las inmoralidades—. Es más, metafísicamente el mal no existe ni es poderoso: el mal es la ausencia de bien; literalmente somos bien y solo bien.
Lo reitero nuevamente: autoestima es pararte a contemplar quién eres en medio del mundo y decir SI a ti por entero; y repetir el si mil y una veces para decirlo cada vez más hondo, más sincero y más cerca del amor pleno.
El amor hacia uno mismo no es un sentimiento, ni una forma de vida, una conducta o un pensamiento. El autoestima es la decisión personal de aceptarse: tanto lo pequeño de lo que vemos en nuestra superficie, como la grandeza que somos en el fondo y, junto a ello, todo lo infinito que podemos llegar a ser.
Debemos conocernos a nosotros mismos, luego aceptarnos y después amarnos: Conócete, acéptate, supérate (san Agustín). Superarse es amarse, empezar a mejorarse.
Nunca fue malo quererse, pues algunos han caído en ese cuento. Quererse y dejarse querer es bueno en sí mismo y además es necesario para poder amar a los demás. No podemos amar a los demás si no nos amamos a nosotros mismos. Dice el primer mandamiento de la ley natural y eterna: amarás al prójimo como a ti mismo. Amar sin amor propio es imposible, sería como dar lo que no se tiene. Si no nos aceptamos a nosotros no aceptaremos nada ni a nadie. Sin embargo, invertir en nosotros para ser cada vez más grandes, es un camino posible que nos hace mejores y multiplica nuestra capacidad de hacer el bien a todo el que nos acompañe caminando a nuestro lado.
¿Te quieres?
Soy graduado en Psicología con máster de coaching y Psicología Existencial. Estoy especializado en orientación de adolescentes y rendimiento académico, así como en ansiedad y etrés. En 2013 comencé a formarme en IPæ y en 2018 emprendí su sede en Lucena. Me encanta la escritura y la lectura para formarme. Considero que la terapia se resume en leer, escibir y conversar. Puedes reservar cita conmigo aquí.