Afrontando el duelo y la tristeza

En este artículo deseo aportar una gota de esperanza en un mar de lágrimas, acompañando a personas en cualquier el duelo que dolorosamente deba padecer. Expresar emociones con palabras es mi grano de arena para dar cosuelo y aliviar la carga. Eso y comunicar la esperanza que todos necesitamos en cualquier crisis vital: siempre hay esperanza porque siempre podemos recomenzar.

Este es un artículo para llorar, pero sobre todo, para lograr llorar como pocas veces logramos: con esperanza. Para desahogarnos con un llanto de los que sanan, de los que hacen renacer y levantar la mirada. En definitiva, un llanto que acaba: pues impulsa, hace resurgir y hace cambia la mirada.

Todos necesitamos hacer varios duelos tarde o temprano. Lo importante para que esos duelos no dejen mella ni sean traumáticos sino que nos impulsen con más fortaleza es que, en esos duelos, nos abracemos y amemos a nosotros mismos, abracemos nuestra soledad y abracemos el resto de nuestra vida para ensancharla, innovar y crecer hacia delante con nuevas aficiones, proyectos e ilusiones que, además de hacernos felices, honren y aporten un sentido valioso a la pérdida que hemos experimentado.

Llanto de amor y dolor

No diré <<no lloréis>>, pues no todas las lágrimas son amargas.

Gandalf el Gris

La vida a veces duele, pues es un duelo. En ocasiones nuestro mundo se encuentra roto y sentimos como si de la tierra apareciesen demonios que tiran de nosotros hacia su fondo de penumbra hundiéndonos en el suelo.

En ocasiones la vida muere: la llama viva que atesoramos en el candil de nuestros adentros se ve del todo amenazada por la sombra. Esa llama somos nosotros.

En ocasiones la vida calla: calla el grito ya vacío, como las lágrimas secas de llorar tanto. Los ojos dejan de prolongar el goteo porque suficiente esperanza ya han derramado.

En ocasiones la vida está inerte porque uno ya solo puede respirar.

Pero en todas esas ocasiones la vida también cobra forma, pues todas ellas tienen en común que hemos contemplado la verdad. La verdad que somos, verdad sobre lo que hemos sido y la verdad sobre lo que nos ha pasado y sobre cómo ha sido nuestro caminar. Todas esas ocasiones tienen un mismo suspiro de aire, y es el de saber mirar, decidir querer y empezar a esperar… Todas esas ocasiones, son un vacío ―el de la tristeza―, pero un vacío que se abre porque ha descubierto que se puede llenar.

En ocasiones la vida duerme, pues solo puede aceptar. Da sueño llorar. A veces mucho. El cuerpo es sabio: ya decía Tomás de Aquino que nada como dormir bien y luego darse un buen baño para sanar la tristeza del alma.

Llorar es solo un proceso de tiempo, de pena, de duelo y de romperse por dentro. Pero pasa…, al caer de las últimas lágrimas, siempre pasa. Especialmente cuando ya es por la mañana y uno abre la ventana y ve que amanece.

Así son muchos cambios: rupturas. Rupturas con personas, rupturas por la pérdida, rupturas con nosotros mismos cuando descubrimos una nueva verdad que nos duele. Y se puede llorar con tristeza, pero también se puede llorar con paz. El que llora con tristeza cae en el suicidio de la desesperación por no creerse/sentirse amado. El que llora con templanza es el que sabe que una vez muerto y resucitado, ya no podrá morir más. Llorar con paz es entrar en el infierno y salir vivo para contarlo.

Llorar una vez significa no llorar más ―al menos no por la misma causa―. En esta vida, ―cuando uno hace lo justo y no se deja heridas en el corazón― cada vez se llora menos; pues cada lágrima es vacuna para lo que venga en los futuros duelos. Llorar no es malo, llorar es adquirir al rojo vivo, la gloria del presente, es desencarnarse de la escoria que viene del pasado: los errores, los maltratos, las culpas, los vacíos, los odios, los anhelos.

Llorar es precisamente uno de los remedios para la tristeza y la entrada a la felicidad, a una vida más bella. Pues solamente si una vida tiene amor y dolor es interesante. Pero solo con esperanza se puede llorar de verdad.

Otro remedio, decía santo Tomas, es darse un gusto: una buena comida, una buena cerveza, un beso, una caricia… para recordar que el bien sigue existiendo y encontrar en este bien un descanso.

Igualmente es vivificante el consuelo de un amigo que nos escuche atentamente, con amor y un par de abrazos.

El último remedio que anota santo Tomás es contemplar la verdad y la belleza. Y esto es justo lo que estamos haciendo ahora: reflexionar sobre la vida, las personas, las alegrías y los llantos, y asombrarnos de cómo nos aportan la capacidad de resucitar descubriendo en esto nuestra grandeza.

Juan Carlos Beato Díaz

Psicólogo y orientador personal del Centro IPæ

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