angustia y libertad

La angustia es el vértigo de la libertad

Explicaciones sobre la angustia para entenderla y aceptarla

La angustia es el vértigo de la libertad (Søren Kierkegaard)

La angustia es el sentimiento que tenemos cuando nos aventuramos ―nos decidimos radicalmente― a cambiar en alguna parte de nosotros. Es, literalmente, el miedo a ser responsables: a afrontar nuestra vida, a tomarla en peso, a dar una respuesta consciente a nuestras circunstancias, a cambiar. Es como una especie de miedo a la libertad. Y, por ello, es justamente el sentimiento que aparece cuando nos definimos de manera radical.

¿Por qué este sentimiento de angustia?

Porque es sencillamente necesario que exista una tendencia en nosotros a la estabilidad, a evitar el cambio, un instinto de conservación (así lo llamaba Freud). Nuestro ser desea tomar una forma, unos hábitos, un camino o una dirección, y no quiere, ni puede permitirse, estar constantemente replanteándose el sentido de su vida, cambiando de ritmo, de plan…, porque si no, nunca llegaría a nada, ni avanzaría, fracasaría enteramente por ni siquiera terminar nada de lo que empieza. No es sano estar siempre, a diario, en crisis existencial, por eso nuestra naturaleza produce una resistencia, un prudente temor a la libertad: un miedo que nace ante la necesidad de comprometerse en la vida con ciertos propósitos o ciertas metas. Es el coste de la responsabilidad.

Si queremos lograr algo en la vida, necesitamos comprometernos con algo, tener proyectos y ser fieles a ello. Pero no sólo de boquilla, sino sería y meditadamente, es decir, con verdadera honestidad. El que no se compromete nunca ni toma en peso su vida, no da sentido a su vida ni ejerce su libertad, sino que vaga por su el océano de su vida como un naufrago: sin rumbo fijo y a la deriva. Por el contrario, el que está siempre cambiando de sentido, desandando lo andado para tomar nuevos caminos, arrepintiéndose y dudando siempre de su sendero, tampoco llega a nada, y además, se vuelve un mediocre, un veleta que se mueve sin voluntad propia, según sopla el viento, o el miedo (que es lo que realmente les mueve); por tanto será alguien que nunca será de fiar pues ni él mismo sabe quién es.

No obstante, por otro lado, es necesario que toda persona se replantee numerosas veces su sentido de la vida para que cambie cuando va mal. Todos nos equivocamos. Por ejemplo, para eso está la adolescencia y las primeras etapas de la vida adulta o las numerosas segundas oportunidades. Nunca es tarde para rehacer una vida: siempre se puede recomenzar. Y un solo instante de paz hará que tenga sentido toda una vida de tormenta.

Afrontando la existencia

Por eso es necesaria la angustia, pero también es necesario que podemos vencerla. Es necesario que toda persona aprenda a enfrentar la angustia y asomarse a ella cada vez que en algo deba cambiar. Para ello basta con que se pare a reflexionar sobre su vida, sus preocupaciones y sus ilusiones y se replantee sus pasos y sus acciones y se pregunte ante todo esto ¿Qué hago?, ¿qué debo hacer?, ¿qué hago con mi vida? Y asegurarse de que la respuesta que se da es moral y honesta. No debemos actuar nunca para huir del mal o del sufrimiento, sino para buscar el bien. De lo contrario, la angustia crecerá por dentro alimentada por la culpa. Pero si buscamos el bien, con eso basta: hemos actuado en conciencia y movidos por la intuición más profunda.

Lo malo es que para ello hay que exponerse a sentir la angustia sin resistirse a ella, ni rehuirla, sino aceptar experimentarla plenamente. Y digo plenamente porque es la única forma en la que las emociones se afrontan y se disuelven. Hasta que no hemos contemplado una emoción en plenitud no hemos desvelado lo que la causa y, por tanto siempre se nos escapará algo y además algo importante (de lo contrario no causaría tanta angustia).

Pero hay un secreto para afrontar la angustia con paz y sin perder el control, la conciencia y el juicio: ese secreto es la fe. La fe en que todo tiene un sentido, en que nuestra vida posee un sentido digno e infinitamente valioso además de bello. Solo si confiamos en que podemos encontrar una respuesta a nuestras dudas podremos mirar a los ojos a este sufrimiento. Pero para eso es necesario un acto de fe, como quien salta con los ojos vendados confiando que nos van a coger. Sin fe no se puede vencer la angustia.

Enfrentando la angustia, poco a poco, iremos perdiendo ese miedo a la libertad, ese miedo a dudar de nosotros mismos, ese miedo a replantearnos nuestros mayores proyectos y ver como se tambalean. Las primeras veces es mucho más duro, pero con la práctica se vuelve parte de nosotros y mucho más natural. Eso sí, a cada vez que nos enfrentemos a ella nos hará madurar profundamente. Cuando practiquemos este ejercicio de enfrentarnos a la angustia y a nuestra vida, adquiriremos la gran virtud de la responsabilidad y dejaremos de necesitar un miedo que nos frene antes de tomar grandes decisiones, por tanto la angustia se irá: cada vez será menos frecuente en nuestra vida porque la inteligencia y la templanza habrán ocupado su lugar. Cada vez se hace menos necesaria su función. Aunque nunca se vence del todo.

Otros miedos que acompañan a la angustia

Cabe destacar otros miedos que se esconde detrás y alrededor de la angustia y que la incrementan. Por ejemplo, el miedo a lo desconocido ―pues cambiar siempre significa entrar en lo nuevo― y la presión de saber que no hay vuelta atrás, pues no podemos volver al pasado.

Cercano a la angustia también está el miedo a la muerte, pues la muerte nos pone de manifiesto la necesidad de decidir y la imposibilidad de posponer nuestro destino, pues de la realidad de la muerte se deduce que nuestro tiempo es limitado y que, hagamos lo que hagamos, el tiempo pasa irremediablemente, sin vuelta atrás ni posibilidad de deshacer los errores. Lo más valioso que tenemos, la vida, se nos escapa de las manos. Pero, como decía Gandalf el Gris en El Señor de los anillos, no podemos elegir los tiempos que nos toca vivir, lo único que podemos hacer es decidir qué hacer con el tiempo que se nos ha dado. Por tanto, aunque no podamos controlar nuestra vida a nuestro antojo, si podemos decidir qué hacer con ella y dignificarla con nuestras obras o degradarla rehuyendo de darle un sentido. Como decía Viktor Frankl, la muerte solo puede causar pavor a quien no sabe llenar el tiempo que le es dado para vivir.

Otro miedo que nos devora en la angustia es el miedo al fracaso, pues la angustia aparece cuando modificamos nuestras decisiones y siempre encierra la posibilidad de darnos cuenta de que nos habíamos equivocado durante demasiado tiempo, y haber fracasado. Lo cual duele mucho, desconsuelo y nos roba la esperanza pensando que ahora también podemos volver a fracasar.

Esto nos lleva a un último miedo relacionado con la libertad: el miedo a equivocarse. Ejercer nuestra libertad significa escoger algo, elegir un camino, pero también significa rechazar todos los demás y, con ello el miedo al error y a la infelicidad que eso nos cause.

Para este último caso, recomiendo lo siguiente: considerar todas las posibilidades, asumirlas y aceptarlas cada una cuestionándonos si estaríamos dispuestos a aceptarlas todas si fuera lo correcto. Si la respuesta es un sí claro y sencillo, entonces estaremos decidiendo en conciencia y con libertad. A partir de ahí, decidir hacia la dirección que nos dé más paz en nuestra conciencia. La paz es las luz de la intuición.

También es bueno hablar con profesionales de confianza o personas con una buena formación que nos den una perspectiva más profunda, con amigos que nos quieren y con personas a las que admiremos ya que son nuestros referentes, y escucharles, pero al final de todo, decidir nosotros. Aunque nos angustie. Nunca decidas movido por el miedo o para huir de él. Decide siempre por amor y con fe.

El sentido de la angustia

No obstante, pasar por la angustia es el sufrimiento que nos salvará de otros mayores a largo plazo; mayores porque si la angustia no se erradica, entonces se arraiga y se transforma en diversas enfermedades anímicas y espirituales tales como la insatisfacción, el aburrimiento vital, la desesperanza, el vacío vital, el sinsentido o la profunda desilusión, e incluso enfermedades mentales como la ansiedad, la psicosis, la depresión u otros trastornos que pueden volverse crónicos hasta transformar nuestra personalidad.

Aunque a veces estos síntomas no se ven porque normalmente se ocultan, se reprimen, se esconden o se anestesian para no sentirlos. Pero están ahí presentes en la mayoría de las personas, y así lo relean las evaluaciones psicológicas cuando se les realiza.

Constantemente recurrimos a miles de fuentes para tapar nuestro vacío: el alcohol, los videojuegos, el trabajo, el ajetreo, el ocio, las relaciones personales y las distintas obsesiones que cada uno tiene, pero están presentes en la mayoría de las personas, solo que suelen dar la cara cuando nos vemos rebasado y el vaso colma o cuando alguna de estas evasiones falla. Entonces el problema estalla.

En otras ocasiones, cuando nada falla y la persona consigue esquivar y engañar sus sentimientos para creer que está bien cuando no lo está, entonces el cuerpo el cuerpo lo manifiesta. Cuando la mente calla grita el cuerpo. Entonces aparecen enfermedades de origen psicosomático como cánceres, enfermedades inmunológicas, enfermedades psicosomáticas, etc. Un estudio de Harvard desvelaba que el 70% de las enfermedades físicas en el mundo occidental tienen relación con el estrés y la ansiedad que sufrimos.

Además, si aprendemos a afrontar la angustia, no solo ganaremos en salud mental y física, sino que estaremos aprendiendo a vencer el sufrimiento más profundo y agudo que el ser humano se puede encontrar. ¿Qué podrá con nosotros después de esto? ¿Qué no podremos lograr después de vencer lo más difícil? Esto nos otorga una fortaleza abismal.

El tesoro que encierra: la paz interior

Y, por último, cuando aprendemos a vencer la angustia, ganaremos el mejor de los beneficios, pues tras ella aparece el fruto más profundo de nuestro corazón, el premio de esta victoria: la paz interior. Todo el que pasa por la angustia descubre la experiencia y el significado de la paz interior: una paz de saber y sentir que somos honestos con nosotros mismos y que todo tienen un sentido.

Es indescriptible lo que se siente al tener paz interior, al tener la conciencia tranquila y la esperanza de un futuro alentador, al menos en lo importante: poder ser felices aún con sufrimientos. A partir de entonces, todo en la vida se ve como un regalo y como un bien, y en todo se podrá encontrar belleza. Es como haberlo perdido todo y, en un momento, haberlo recuperado, pero de otra forma. El sufrimiento sigue ahí, pero de ahora en adelante se ve con otros ojos. La paz da una certeza de que nuestra vida posee un sentido y merece la pena ser vivida, y lo sabemos porque hemos tenido el valor de replanteárnoslo.

Solo quien pasa por la angustia puede descubrir la paz. Y desde entonces, la paz se quedará en nuestra vida, y nunca la olvidaremos. De este modo, siempre que la perdamos sabremos volver a encontrarla porque ya sabremos reconocerla, sabremos a qué suena y qué rastro deja.

En resumidas cuentas, una vida con paz es la mejor vida que podamos vivir jamás, y la angustia nos hace madurar y encontrarla.

El mayor autor que aborda el tema de la angustia es Søren Kierkegaard, filósofo danés padre de la filosofía existencial. Su filosofía es una buena acompañante en estas crisis. También otras lecturas como El hombre en busca de sentido de Viktor Frankl o El miedo a la libertad de Erich Fromm. Aunque como acompañamiento yo prefiero el cante flamenco: que nos lleva de las bulerías y el cante hondo, lleno de quejíos, angustias y penas, hasta acabar en las alegrías, con palmas, baile, magnanimidad y pasión.

Otro artículo propio relacionado con este tema es Catarsis. Publicado en Los Ritmos del s.XXI.

Juan Carlos Beato Díaz

Psicólogo y Orientador

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