Si tuviera que empezar a reflexionar sobre el sentido de la vida, empezaría por lo más práctico y cercano y quizás la frase más emblemática de la filosofía existencial: amar al prójimo como a uno mismo.
Amar al prójimo
Amar al prójimo significa amar a los demás, pero empezando por el próximo, es decir, el más cercano. No las personas que en un futuro podremos ayudar con este o aquel proyecto que no sabemos ni siquiera si lograremos alcanzar, no aquellas personas que aún ni conocemos y son meros futuribles: el prójimo es aquel que hoy ha llamado a tu puerta o con quien te has cruzado en el camino con quien puedes ser amable, ayudarle, inspirarle o hacer sentir bien momentáneamente. El prójimo es aquél que la vida nos pone por delante en el día a día para amarle.
Debemos aprender a amar. Cada uno en lo que es bueno y útil. Cada uno en su misión para la cual ha he nacido. Y a la vez, cada uno en el bien moral que es universal a todos: ser buenos, respetar la libertad y la vida del otro, ser justos y hacer a los demás lo que nos gustaría que nos hicieran a nosotros.
El amor a uno mismo
Pero hay una realidad que solemos ignorar u olvidar es que el prójimo más cercano e inmediato somos nosotros mismos. Nosotros somos la primera persona de la que nos debemos ocupar. Nuestra vida y nuestra felicidad es nuestra primera responsabilidad. Resulta que el amor a los demás, debe empezar siempre por uno mismo. Esto es así hasta el punto de que, si no nos amamos a nosotros mismos, no podremos amar a nadie.
Cuando me amo me mejoro, me hago más feliz y más bueno, me preparo para amar y hacer feliz a otros. Si no fuera feliz no podría hacer nada por nadie ni sabría cómo hacer feliz a otros. Si no me amara y no fuera feliz, caería en depresión, me aislaría en la soledad más profunda y moriría, de soledad, por enfermedad o por suicidio. Pero, en definitiva, cuanto menos me quiero, menos soy, menos existo, incluso muero.
Pero si, por el contrario, me amo, me hago mejor, más pleno y más bueno. Me hago más capaz de hacer el bien y de desearlo. En el primer momento en el que me amo, el mundo es un lugar mejor. Porque yo soy mejor. Como decía Erich Fromm: cuando me amo a mi mismo, estoy amando a la humanidad entera. Cuando me quiero, te quiero. Porque el amor al prójimo y el amor a uno mismo no son contrarios sino inseparables.
Amar es la finalidad de nuestra vida, empezando por uno mismo, continuando por el prójimo. Pero una cosa es la finalidad y otra aún más amplia es el sentido. Si queremos dar respuesta a esta cuestión debemos preguntarnos, no solo ¿Para qué existo? sino ¿Por qué existo?
Descubrirnos amados
Para entender como el amor da sentido a nuestra vida hace falta algo más grande e importante, algo más esencial que la finalidad de nuestra vida, algo aún más gozoso y necesario: descubrir el motivo de nuestra existencia, la causa de por qué he nacido. Y esa causa es por amor. Lo más maravilloso de vivir no es descubrir que podemos amar, sino que somos amados.
Porque ¿Cómo amar sin sentirnos amados? ¿Cómo dar lo que no se tiene? ¿Cómo querernos si nadie nos reconoce como valiosos? ¿Cómo perdonarnos por nuestros errores si nadie nos ha perdonado? ¿De qué manera ser felices si nadie nos enseña?
Todos necesitamos sentirnos y sabernos profundamente amados, de manera incondicional y gratuita.
Más aún, todos hemos sido amados desde el principio. Desde el instante en el que recibimos la vida sin haber hecho aún ningún logro para merecérnosla. Desde el momento en que recibimos el mundo entero para habitarlo y disfrutarlo. Desde el momento en que nuestra madre nos dejó vivir sin ni siquiera conocernos. Somos amados. Todo nos ha sido dado.
Y si continuamos admirando y contemplando todo el bien que somos paras los demás y que seguimos recibiendo desde el día en que nacimos, aprenderemos una de las virtudes más importantes para la felicidad: la gratitud, que consiste en valorar lo que tenemos. También están otras virtudes complementarias como el optimismo para ver lo bueno, la contemplación para ver lo bello, la ilusión y la esperanza para perseguirlo, la empatía para conectar con las personas, la comunicación para darnos a conocer y la sensibilidad para disfrutar de los pequeños placeres de la vida. Solo si adquirimos estas virtudes podremos seguir sabiéndonos amados a pesar de los sufrimientos y crisis de la vida. Únicamente así dejaremos de negarnos esa valiosísima felicidad de sabernos amados para poder darla a los demás.
Solo si nos permitimos la felicidad, podremos comprender que la primera causa de nuestra existencia es por amor.
Amar y ser amado
La felicidad empieza cuando empezamos a apreciar que el mundo es un regalo para nosotros y nosotros somos un regalo para el mundo.
Es importante el bien que podemos hacer, pero todavía es más importante es el bien que ya somos sin tener que hacer nada. Ya es bueno simplemente que existamos. Aunque ese es solo el comienzo. El fin último de nuestra existencia va más allá de nosotros y de las personas a las que podemos amar con nuestra existencia.
El sentido de nuestra vida es el amor, que se nos da para amarnos a nosotros mismos y para amar a los demás, pero antes de nada se nos da para recibirlo: para ser amados. Es importante amar, pero más importante es dejarse amar. Existimos para amar, pero sobre todo, existimos por amor y para ser amados.
Sabernos y descubrirnos amados es lo que más felices nos puede hacer y lo que nos permite empezar a amarnos y a amar a los demás con esperanza. Este es el resumen del sentido de nuestra vida: amar y ser amado. Pero especialmente, ser amados.
Juan Carlos Beato, psicólogo del Centro IPae
Soy graduado en Psicología con máster de coaching y Psicología Existencial. Estoy especializado en orientación de adolescentes y rendimiento académico, así como en ansiedad y etrés. En 2013 comencé a formarme en IPæ y en 2018 emprendí su sede en Lucena. Me encanta la escritura y la lectura para formarme. Considero que la terapia se resume en leer, escibir y conversar. Puedes reservar cita conmigo aquí.