La persona que no está en paz consigo misma será una persona que esté en guerra con el mundo entero
Mahatma Gandhi
Una de las primeras fases de toda terapia y de todo proceso de superación de crisis es aprender a mantener la calma. Ya lo exponía el psiquiatra Luis de Rivera en su Psicoterapia Secuencial Integradora. No se puede dialogar con una persona presa de la ansiedad y de la histeria (al menos no de forma profunda y objetiva) y sería incluso cruel exigirle que se calme si no sabe cómo hacerlo.
En el siguiente artículo he enumerado una enorme lista de propuestas para mejorar nuestra estabilidad emocional, para que cada uno elija las que más le gusten. Cualquiera de ellas nos ayudan a tener un mayor control sobre nuestros sentimientos e impulsos y una mayor fortaleza y templanza, virtudes sin duda esenciales para una vida más feliz y más tranquila. No obstante, lo ideal es aprender a utilizar todos los recursos posibles (de entre los que expongo a continuación junto con los que cada uno descubra por sí mismo), para así tener un gran arsenal de armas que nos ayuden a recuperar nuestro equilibrio y nuestra libertad en las ocasiones donde se vean amenazados.
33 actividades que restauran nuestra estabilidad emocional
De los siguientes consejos que aporto, los primeros son más prácticos y fáciles de implementar, por el contrario, los últimos son más profundos y eficaces a largo plazo pero requieren de un mayor trabajo personal.
- El cariño. El mejor y más sencillo regulador emocional es el abrazo. No hay nada en esta vida que consuele, tranquilice, motive y renueve más que el cariño. En un abrazo nos dejamos amar y amamos, nos aceptan y aceptamos, damos y recibimos, empatizan con nosotros y también nosotros conectamos con el otro. El cariño, la caricia, la sonrisa y el te quiero son el mejor compañero en nuestros problemas personales. Desde el cariño todo se vuelve más esperanzador y más sencillo. Nuestro mayor problema siempre fue la ausencia de amor, por eso, cuando nos sabemos amados todos los demás problemas pasan a un segundo plano.
- La esperanza: del cariño de sentirnos amados nace fácilmente una virtud que no está en nuestra mano, pues nos es dada: la esperanza. La esperanza es la convicción de que podemos resolver aquello que nos angustia. Es reconocer que, aunque todo parece oscuro y desolador, hay un camino para salir de nuestro infierno. Más aún, la esperanza es, en sí misma, el umbral que nos saca de ese infierno, es el primer paso donde comenzamos a sentirnos verdaderamente libres, a veces por primera vez en mucho tiempo. Lo cual es un alivio, pues con la sola esperanza ya recuperamos el control de nuestra vida y la capacidad para mantener la calma, y empezamos a sentir una paz profunda en nuestra conciencia que anticipa la que sentiremos al final de nuestra aventura, cuando por fin hayamos erradicado del todo el mal que nos atenazaba. Por último diré que encontrar esperanza es fácil cuando somos humildes; basta con seguir el más sencillo de los consejos: si no ves el camino, haz caso a quien más te ama. Como hemos dicho antes, todo empezó con el cariño y el amor.
- El ocio: evadirse con aficiones o actividades lúdicas ayuda nos a despejarnos y a no pensar en lo que nos preocupa y esto nos relaja. Hay actividades más sanas que otras y evasiones más enriquecedoras que otras; las peores son las que enganchan y crean adicción, pues aunque nos evaden y calman a corto plazo, luego tienden a desequilibrarnos y se vuelven dañinas a largo plazo. Otras, sin embargo, nos hacen mejor persona. Las más constructivas y gratificadoras son las que requieren un poco de esfuerzo y dedicación pero luego nos hacen sentir bien. El placer merecido es del todo reconfortante y alivian del todo el peso de la espera mientras avanzamos en ese camino que iluminó nuestra esperanza.
- El contacto con la naturaleza. Por la misma empatía, los seres humanos podemos conectar con la naturaleza y contagiarnos del estado vital esta. Resulta que la mayor parte de los seres vivos están tranquilos y transmiten energía positiva y buenas vibraciones, es decir, buenas emociones. Los animales, las plantas, incluso el aire, o el tacto de las piedras, etc. son relajantes si los contemplamos con disposición a ello.
- Cocinar: hablando de ocio, de terapias y de placeres, la cocina es una de las joyas de la corona. La cocina es toda una terapia en sí misma. Lo es porque es una actividad que involucra todos los sentidos, en especial los más profundos a nivel emocional, que son el olfato, el gusto y el tacto. La cocina, si te gusta, puede ser una de las formas más profundas de conectar con la realidad y con el presente: es una meditación en toda regla, donde la atención fácilmente se concentra al 100%. Por otro lado, la cocina es un arte que involucra todo el cerebro y además es un trabajo manual que permite pensar mientras se hace; todo esto facilita la comunicación inter-hemisférica y por tanto la asimilación de acontecimientos vitales estresantes. Por último, la cocina la tenemos altamente asociada a los sentimientos del hogar, la familia y la mesa, aquel lugar seguro y estable donde sucedieron los momentos más gratificantes de nuestra infancia. Todo ello hace que la cocina sea una actividad digna de destacar.
- Una buena alimentación. Una dieta de excesos siempre llevará a un estado de ánimo ansioso o más deprimido, así como a un menor dominio de la voluntad y de las emociones. Más allá, si nuestra dieta carece de algún nutriente esencial podemos llegar a desarrollar graves psicopatologías y patologías médicas. Según la OMS, el 70% de las enfermedades actuales provienen de una mala alimentación. Por ello, cuidarla es fundamental.
- Deporte. El deporte es muy sano en general, pero emocionalmente también. A través del deporte se desfogan las emociones tóxicas más básicas y frecuentes: el estrés, la ansiedad e incluso la ira. Si andamos bajos de ansiedad y de estrés, el resto de emociones negativas perderán mucha fuerza. Por otro lado, el deporte también estimula la alegría, la energía, la capacidad de concentración, la calma y, encima, nos ayuda a dormir mejor.
- Organizarnos bien. Una buena organización da mucha calma y libertad para enfocar nuestras emociones durante la rutina y nuestra energía. Saber que tenemos un rato reservado para descansar, para pensar y para volver a organizarnos, nos da mucha fortaleza para soportar los problemas del presente.
- Orden de vida: llevar un ritmo de vida adecuado y sano es fundamental. Necesitamos fomentar en nosotros hábitos saludables y una cantidad apropiada de horas de trabajo, horas de sueño y horas de ocio o descanso. La rutina más sana es la de los 3 ochos: 8 horas de trabajo, 8 de sueño y 8 de vida personal o descanso. Orden de vida también significa cuidar la limpieza, el aseo, los horarios, las comidas, etc.
- Dormir bien: enlazando con lo anterior, uno de los factores más importantes para mejorar la estabilidad emocional es el sueño. Un niño debe dormir al menos 10 horas al día, un adolescente 9 y un adulto joven 8. A partir de los 30 años, quizás podamos bajar a 7, pero solo en personas con una vida muy saludable. Dormir mal nos desquicia literalmente. Dormir bien nos revitaliza en todos los sentidos.
- El trabajo: el trabajo nos ordena, nos aporta un horario, nos hace sentir útiles y orgullosos, nos hace desarrollarnos y nos da un lugar en el mundo. Es fundamental desarrollar amor al trabajo, tener un trabajo bueno y digno y, por supuesto, tener una buena relación con él, no una relación de presión, estrés o dependencia.
- Tener proyectos: tener metas, objetivos, proyectos, empresas, ilusiones, propósitos, sueños o una vocación donde esforzarse, comprometerse, desvivirse e involucrarse es uno de los recursos más potentes a la hora de ordenar y gestionar nuestras emociones. Cuando nos enfocamos en lo bueno que podemos hacer, dejamos de pensar en lo negativo, en los problemas y en lo que nos hace sufrir y nos centra en soluciones, ilusiones y valores positivos que dan sentido a la vida.
- La virtud de la sobriedad: la sobriedad consiste en la capacidad de abstenerse del placer y soportar el dolor. La persona sobria tiene un carácter nada caprichoso y muy templado. Tiene una gran disposición para controlar sus impulsos y tolerar las emociones desagradables, lo que le ayuda a poder gestionarlas más fácilmente. La sobriedad se desarrolla mediante ayunos, sacrificios, privaciones, actividades que requieren esfuerzo prolongado, dichas de agua fría, etc. Los estoicos desarrollaron mucha filosofía entorno a esta virtud.
- El silencio: aprender a parar. La práctica más sencilla para reducir y regular nuestras emociones es simplemente parar y estar en silencio. No hace falta hacer nada, simplemente existir. Nuestro organismo y nuestro ser están diseñados para regularse por sí solos. Todos poseemos una tendencia natural hacia el equilibrio. Parar y dejar que nuestro organismo se ordene por sí solo, sin cargarle de más actividades, es una vía súper simple para estabilizarnos.
- La meditación. El anterior punto es la base que sustenta los efectos de la meditación. La ventaja de esta es que, además de adentrarse en el silencio, focaliza nuestra atención en puntos o elementos que potencian aún más la regulación emocional y facilitan el control mental. Focos de la meditación son usualmente la respiración, el latido del corazón, ciertas zonas del cuerpo o también algunas frases o jaculatorias que además aportan sentido verbal al ejercicio. Esto nos calmará más de lo normal. Por otro lado, existen también las meditaciones emocionales, que utilizan como foco las propias emociones y sirven, no solo para calmarnos sino, además, para afrontar miedos, tristezas u otros sentimientos.
- Identificar nuestras emociones. Lo más importante para empezar a dominar los sentimientos es aprender a identificarlos, ponerles nombre y, seguido de ello, entender su significado. Para ello, consulta un glosario de sentimientos. Muchos de los más importantes son los siguientes: miedo, ansiedad, angustia, inseguridad, pánico, ira, rencor, venganza, odio, frustración estrés, nerviosismo, frustración, impotencia, culpa, tristeza, soledad, desconsuelo, anhelo, aceptación, alegría, deseo, paz, ilusión, euforia, gozo, seguridad, calma, satisfacción, etc.
- Cuidar las circunstancias a las que nos exponemos. Como hemos dicho, toda emoción proviene de una circunstancia que la ha activado. Si nos exponemos a las circunstancias que nos emocionan, nos emocionaremos. Por ello es importante el paso anterior de entender nuestras emociones, lo que ayudará a conocer qué tipo de circunstancias provocan qué emoción en nosotros, para así evitar o buscar esos momentos. Como se dice, ojos que no ven corazón que no siente.
- Expresar lo que sentimos: cuando uno expresa, describe, narra o detalla sus sentimientos se relaja, se calma y acaba desahogado. Para ello la mejor de las opciones es el arte, la escritura o la conversación. No obstante, los sentimientos se pueden expresar de muchas formas: cuando alguien está triste, la forma de sentir la tristeza es llorar; cuando alguien está enfadado, la forma de sentirlo puede ser pegar golpes a un saco de boxeo. Cada emoción tiene su vía de desahogo o de canalización. Esto nos lleva al siguiente:
- Aprender a sentir las emociones: para que las emociones se transformen en sentimientos es necesario hacerlas conscientes, sentirlas. Las emociones son vivencias fuertes e involuntarias sobre lo que estamos experimentando. Los sentimientos poseen, por el contrario, menos potencia; son algo así como una emoción procesada o digerida y son mucho más controlables por la voluntad. Una forma de sentir la emoción es expresarla, también está la meditación, o bien, simplemente pararse a sentir lo que sentimos, es decir, estar quieto sin hacer nada, atendiendo a nuestra emoción durante un momento. Si estás agobiado, agóbiate, si quieres llorar, llora, si estas enfadado, enfádate, etc. Se pasará solo si te permites soportar y sentir tus emociones.
- Reflexionar y entender nuestras emociones. Comprender nuestras emociones y crisis alivia. Las emociones son los activadores de nuestros mecanismos de adaptación. Cada vez que nos emocionados hemos activado dentro de nosotros un proceso de adaptación que modificará nuestra actitud y nuestras próximas tendencias. Y toda emoción proviene de una experiencia que la ha causado y que la hemos valorado inconscientemente como relevante; de ahí la necesidad de adaptarse. Si escuchamos nuestras emociones y las sentimos, podremos intuir cual ha sido el cambio o la señal que las ha desatado. A todo sentimiento le sigue un mensaje en forma de intuición que nos revela información acerca de nosotros mismos y de nuestras circunstancias. Cuando recibimos ese mensaje la emoción se calma y nos libera.
- Cuidar los pensamientos: pensar mucho en las ideas que nos emocionan hacen que los sentimientos crezcan (y pueden crecer muchísimo). Las obsesiones —engancharse a dar vueltas a todo sin control— multiplican cualquier emoción. Debemos aprender a dominar nuestra atención, nuestro pensamiento y nuestra imaginación para que no nos haga daño. Para ello podemos recurrir a aficiones o distracciones que nos evadan o despejen por un momento, o a un entrenamiento de la atención —a través del estudio, la meditación—, o a las llamadas técnicas de parada de pensamiento para dominar las obsesiones. Pero lo más importante es entender esta relación entre pensamiento y emoción para tenerla en cuenta.
- Hacer introspección regularmente y reflexionar. Todos necesitamos como mínimo 15 minutos al día para pensar en nosotros mismos, reflexionar sobre cómo estamos y hacernos conscientes de nuestros estados y deseos internos para replantearnos el ritmo y la dirección que estamos teniendo. Si nos dejamos llevar siempre por la inercia, el frenesí o las apetencias nunca aprenderemos a dominar nuestras emociones ni a nosotros mismos.
- La conversación: la conversación calma. Y, como decía mi mentor David Luengo, la conversación es el mayor arte de todos. Es el arte más completo, puesto que involucra en él todas las dimensiones de la persona: sentidos, sentimientos, relaciones, belleza, comunicación a todos los niveles y el amor. Decía Pedro Antonio Urbina sobre la conversación que hablar con una persona, si realmente existe conversación, exige pensar en él amándole. La conversación requiere hablar y escuchar, consolar y acoger, conocer al otro pero también descubrirse a sí mismo a través del otro, amar y ser amado. Conversando se puede llegar a lugares imaginados a través del poder de la palabra, lugares que nos pueden transformar de la manera más extraordinaria. Sobre todo si en esa conversación se da el amor.
- Imitar e inspirarse de nuestros referentes. Ayuda mucho observar, empatizar, admirar y recordar a otras personas que son más templadas y que nos sirven de referentes. Ante cada situación podemos preguntarnos, o mejor, imaginarnos ¿cómo actuaría esta persona en mi situación? ¿Cómo respondería o cómo se lo tomaría? La empatía nos contagia de la emoción de otros y nos enseña a ver la vida desde el punto de vista de los demás, un punto de vista que es quizás más templado y sensato que el nuestro.
- Las relaciones personales: poseer una buena red de relaciones —familia, amigos, compañeros de trabajo— es uno de los mayores aliados de la estabilidad emocional. En esta red, lo importante no es la cantidad de personas sino la calidad: que sean relaciones de confianza, cariño, compromiso y respeto.
- Conocer nuestros deseos y pasiones. Las pasiones y los deseos vitales —aquello que amamos— son extraordinarios motores de energía que nos sustentan y nos impulsan en los momentos de crisis. Utilizarlos para salir adelante en los momentos difíciles será una gran fortaleza y templanza cuando nos vemos impotentes y derrotados. Además, son una fuente de esperanza ya que nos dan una razón por la que vivir.
- Música, pintura, arte…: como hemos dicho, el arte es quizás la mejor forma de expresar los sentimientos. También sirve cuando escuchamos una canción, contemplamos un cuadro o leemos un fragmento que describa unos sentimientos encontrados con los que nos identifiquemos. Muchas veces habrá artistas que, al ser profesionales, describan mejor que nosotros esos sentimientos que sentimos. Las obras de arte de otros nos pueden ayudar a sacar afuera lo que tenemos dentro.
- La apreciación de la belleza. Por otro lado, la percepción y la admiración de la belleza es otro de los elementos que más nos acerca a la paz y a la felicidad. Las cosas bellas colman nuestros sentidos y, sobre todo, alcanzan nuestro corazón. Nos transmiten que, si el mundo es sin duda bello, quizás sea además bueno. De esta manera, la belleza transmite esperanza y eso es indudable. Y la esperanza es el mayor consuelo ante las emociones de ansiedad, tristeza o la ira.
- La religión, la espiritualidad y la oración: aunque no todo el mundo cree en Dios, las personas que tienen fe en un Dios que les quiere y que vela por ellos, o que creen que El Universo posee un fin bueno y superior y tiende al Bien…, poseen en el fondo una creencia profundamente optimista que les hace no perder la esperanza ni el apoyo en la dificultad. Los creyentes creen —creemos— que todo lo que sucede en nuestra vida posee un sentido —aunque de momento no alcanzamos a verlo—; pensamos que no hay mal que por bien no venga (si no, Dios no lo permitiría), y que todo mal, todo sufrimiento e incluso todo pecado, puede servirnos de abono para obtener un fruto mayor, un bien mayor que repare el daño sufrido. Rezar es relacionarte con Dios: hablar con Él, contarle tus sufrimientos, pedirle por tus necesidades y propósitos, pedir por los demás, dejarte abrazar por Él para reponer tus fuerzas, escucharle desde tu conciencia y tu intuición para ver qué te quiere deir, para que te guíe y te muestre el camino que debes recorrer… Tener un apoyo así es extraordinario. Además, toda buena oración acaba en un acto de fe: de fe en Dios, en la vida, en el Bien e incluso en uno mismo. No hay pensamiento optimista más profundo que la fe, y eso da una estabilidad emocional alucinante.
- El conocimiento personal. Nada para mejorar nuestra estabilidad emocional como conocernos a nosotros mismos. Si conocemos nuestros puntos débiles, nuestros defectos, nuestras tendencias y sabemos cómo gestionarlos, será muy difícil que perdamos los estribos. Por otro lado, conocer nuestras capacidades, fortalezas y talentos nos permite sacar lo mejor de nosotros cuando más lo necesitamos. Además, el autoconocimiento nos aporta el autoestima esencial para cuidarnos y no dejar que nada nos dañe innecesariamente. Por último, el conocimiento personal (de nosotros y del ser humano en general) nos aporta un discernimiento extraordinario para poder tomar decisiones acertadas, así como para saber cómo salir adelante en las situaciones más desesperanzadoras.
- La actitud personal positiva: más allá de todos los citados factores y de cualquier circunstancia que nos afecte en esta vida, hay una realidad humana profundamente poderosa que nadie nos podrá arrebatar nunca: la libertad interior. La libertad interior es la capacidad que tenemos todos de, en cualquier circunstancia, ante cualquier problema, escoger la actitud con la que la queremos afrontar. Se dice al mal tiempo buena cara, y ese es el mayor poder que tenemos. Debemos saber que siempre, absolutamente siempre, podemos hacernos dueños de nuestra actitud si nos paramos a reflexionar detenidamente sobre lo que nos pasa y definimos cómo queremos afrontar esas circunstancias. Podemos sentir angustia, pero podemos decidir tener fe; podemos sentir tristeza, pero también podemos decidir afrontarla y amar a pesar de ella.
- Poseer un buen sistema de valores. Los valores son aquellos bienes que buscamos y hacia los que nos orientamos. Si sabemos lo que queremos y además queremos lo bueno dando a cada cosa su valor apropiado, cada paso en nuestro camino contribuirá siempre a mejorarnos y a hacernos más maduros, más felices y más valiosos, por ello, nuestra estabilidad emocional será cada vez más fuerte. Tener un sistema de valores ordenado y sano también nos prevendrá de cometer miles de errores que solo llevan a desestabilizarnos y a caer en problemas que no vimos venir. Además, ayuda a relativizar los problemas y a verlos con perspectiva.
- Estar en paz con nuestra conciencia. El lugar más profundo del que nace la inestabilidad o estabilidad emocional es la conciencia. Todos tenemos una intuición, una voz en lo más profundo de nuestro interior, muy sabia, que nos dice si vamos bien o mal, si estamos llevando un buen camino o si vamos justo por el contrario. Esta voz está íntimamente ligada a nuestra identidad personal y nos avisa cuando estamos dejando de lado lo importante. Formar nuestra conciencia adquiriendo un conocimiento personal y un buen sistema de valores es vital. Pero lo más importante no es poseer una teoría de ideales sino vivir conforme a ello, de forma coherente en la práctica. Si estás intranquilo siempre pregúntate ¿Qué estoy haciendo mal? ¿Qué me falta? Hasta que no des una respuesta a esa pregunta, y además la respuesta sea adecuada, en el fondo nada te aportará paz. Pero si respondes a esa pregunta con valentía y amor, la paz más profunda que existe te saciará, colmará tu corazón y ya nunca se irá mientras sigas siendo fiel a tí mismo. Esta es, de hecho, la mejor guía para caminar hacia la felicidad.
Estos han sido los 33 consejos para mejorar nuestra estabilidad emocional. Espero que te hayan servido para entender mejor cómo funcionan las emociones y puedas empezar a cultivar estas claves en tu vida para ser más feliz en tu vida y resiliente en tus crisis y desafios personales.
Juan Carlos Beato Díaz
Psicólogo y Coach del Centro IPæ
Soy graduado en Psicología con máster de coaching y Psicología Existencial. Estoy especializado en orientación de adolescentes y rendimiento académico, así como en ansiedad y etrés. En 2013 comencé a formarme en IPæ y en 2018 emprendí su sede en Lucena. Me encanta la escritura y la lectura para formarme. Considero que la terapia se resume en leer, escibir y conversar. Puedes reservar cita conmigo aquí.