la fortaleza de la vulnerabilidad

Lo bonito de rendirte

Palabras clave: Rendir y aceptar, Sentirse débil, Vulnerabilidad y fortaleza, Felicidad interior, Autoaceptación y autenticidad, Esperanza y resiliencia, Superación del fracaso, Psicología emocional, Crecimiento personal.

Fortaleza en la vulnerabilidad: la belleza en la rendición

La vulnerabilidad como camino hacia la verdadera fortaleza

Porque, cuando soy débil, entonces soy fuerte. (San Pablo)

Hay momentos en los que la vida nos puede. Nuestros miedos se cumplen, nuestro dolor se hace superior a nuestras fuerzas y nuestras ilusiones se desmoronan. En esos momentos, uno siente la derrota y la desesperanza se cierne sobre tu alma.

Qué descorazonador es descubrirte pequeñito, débil y vulnerable. No puedes evitar experimentar muchos sentimientos: impotencia, por no tener fuerzas; sentirte solo, herido o abandonado por no saber dónde apoyarte; desvalido, confundido por no saber cómo afrontar tu vida; imperfecto, ridículo, humillado o fracasado por haber fallado y no saber cómo arreglarlo; perdido y angustiado, por no encontrar el norte… pero, sobre todo, te sientes humano, porque dejas de creer que puedes con todo, descubres que no eres un súper-hombre ni tampoco eres dios.

Lo que apenas percibimos es que, cuando uno siente todas estas cosas y percibe que ha caído y no se puede levantar, cuando pensamos que no nos quedan fuerzas y nos atrevemos a reconocerlo, lo que sucede es justo lo contrario.

No hay manera humana de afrontar algo que nos daña, salvo que no nos dañe tanto. Reconocer nuestro sufrimiento es signo precisamente de que podemos soportarlo. Tenemos fuerzas: aún queda esperanza. No quien llora es el que está desesperado; el que llora es justamente quien tiene esperanza de sanar. El momento en el que nos sentimos pequeños y débiles es el momento en el que empezamos a ser fuertes.

Más aún, ¿qué hay de malo en sentirnos débiles, vulnerables y pequeños, si es lo que somos? Nuestra frivolidad nos hace ignorar una gran verdad: que son los pequeños los que sostienen el mundo. Los niños, los ancianos, los pobres, los discapacitados, los enfermos, los maltratados… son los que renuevan el mundo y aman con mayor genuinidad. Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños (Jesús de Nazaret).

No es raro que suceda que quien menos tiene es quien más da. Pues al humilde solo le queda lo más importante: a los pequeños solo les queda amar. ¿Qué nos queda cuando hemos perdido todo lo efímero? Me refiero a haber perdido vanidades con las que nos obsesionamos como el éxito, el poder, la reputación, la imagen, el tener que dar la talla, la dependencia emocional, la seguridad, la comodidad… Lo que nos queda es lo más profundo y lo más humano, aquello que nadie nos puede arrebatar porque no depende de las circunstancias ni de lo material y que por ello nos hace ser lo que somos: la ternura, la bondad, la valentía, la generosidad, los valores, la libertad, el amor…

No hay nadie más libre que el que no tiene nada que perder. Lo bonito de rendirse es perder todas aquellas vanidades a las que nos aferramos. Y estamos más cerca que nunca de lo que nadie nos puede arrebatar (salvo nosotros mismos) y que de verdad nos hace felices: la aceptación, la autenticidad de ser nosotros mismos, la esperanza, la gratitud, la bondad, el cuidado de los nuestros, la contemplación de la belleza…

La belleza de la vulnerabilidad

Los momentos más felices de mi vida han sido después de sentirme pequeño, débil, perdido y fracasado. Y eso es algo que nunca olvidaré. Y me hace sentir profundamente dichoso y fuerte. Pues ya no necesito ningún propósito por el que luchar, ni tengo que perseguir la felicidad: la felicidad no hay que alcanzarla o que conquistarla; la felicidad hay que acogerla. Ya la tienes dentro de ti. Solo consiste en aceptar. Y eso es una elección, una decisión personal.

Y no es que mi vida ya no tenga un propósito que perseguir, sino que conozco y sé que tiene sentido en sí misma. Mis metas, ilusiones y objetivos son un añadido que me hace aún más feliz, pero ya no me frustra tanto fallar, rendirme de vez en cuando o incluso renunciar a conseguirlos.

Quien se rinde deja de luchar contra sí mismo, o mejor, contra la vida. Es ahí donde tocamos fondo y donde empieza la verdadera fe, la verdadera esperanza y el verdadero amor. Es ahí cuando el mundo empieza a ser bello. Es ahí donde nuestra vulnerabilidad se transforma en fortaleza.

En palabras de Kierkegaard, la vida no es un problema que tiene que ser resuelto, sino una realidad que debe ser experimentada. La felicidad no se basa en resolver todos nuestros problemas sino en aprender a amar la vida y a aceptarla en cada una de nuestras circunstancias. Porque siempre hay infinitamente más bien que mal en la vida. Incluso siempre hay más bien que mal en nosotros. Es por eso que en el ser humano, siempre hay motivos para la esperanza.

Y es curioso, por alguna razón misteriosa, en el último momento, siempre aparece una mano amiga a nuestro lado. Y digo en el último momento porque a veces, hasta que no llega ese momento donde tocamos fondo no nos damos cuenta de que siempre estuvo ahí. De hecho, nunca estamos solos: somos 7000 millones de personas en el mundo y siempre hay alguien dispuesto a ayudar.

Juan Carlos Beato Díaz

Psicólogo y Coach del Centro IPæ

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