Prioridades del amor familiar: ¿A quién debería querer más en mi familia?

Si preguntas a un padre si daría la vida por su hijo, probablemente te dirá que sí. Pero si le preguntas si daría su vida por su esposa… quizás no todos estén dispuestos.  

Los padres estamos acostumbrados a priorizar el amor por nuestros hijos por encima del que sentimos hacia nuestra mujer, marido o pareja. Asimismo, también priorizamos el amor hacia nuestra pareja sobre nuestro propio amor individual. 

Cuando le preguntamos a alguien sobre las prioridades en el amor dentro de su familia o a quién quiere más, el orden suele ser el siguiente: “primero van mis hijos, luego mi pareja y finalmente yo.” Pero, ¿es este orden el mejor para tener una familia feliz y equilibrada, donde los niños y jóvenes maduren adecuadamente? 

Cuando queremos a nuestros hijos más que a nadie… 

El mundo está lleno de madres que desgastan su vida por sus hijos y por sus esposos, antes que por ellas mismas. ¿El resultado? Madres con estrés, en una constante autoexigencia, con falta de autoestima y que, frecuentemente, se olvidan de sí mismas y sus necesidades. 

Aunque es más evidente en las madres, esto también sucede con los padres. Ellos trabajan y se desgastan para sacar adelante a su familia, y suelen olvidarse de sentirse bien ellos y de hacer felices a sus esposas.

Cuando establecemos prioridades, el amor que más olvidamos es el propio y, además, pensamos que es mejor así. Creemos que es mejor amar al hijo y que es más noble amar a nuestra esposa —y a cualquiera que no seamos nosotros—. Y quizás sea así en lo que se refiere a nobleza. Pero dejarnos en último lugar olvida un aspecto muy importante: el criterio de prioridad. 

¿Qué clase de amor estamos enseñando? 

Preguntémonos… 

Si amamos en primer lugar a los miembros de nuestra familia, ¿con qué clase de amor lo hacemos si no sentimos un aprecio de calidad por nosotros mismos?” 

Si los hijos van antes que el matrimonio, ¿qué ejemplo de pareja estarán viendo en casa?” 

Los niños más felices son los que crecen en un hogar donde sus padres se quieren. Y la mejor educación que podemos darles, de cara a su futuro afectivo, es el ejemplo del profundo cariño que sus padres sienten entre sí. 

El motivo es que el amor más fuerte no es el natural o el de sangre. Sino el que surge entre dos personas diferentes que antes no se conocían, pero que ahora construyen un lazo incluso más fuerte que la sangre. El mayor ejemplo, a la hora de enseñar a amar, no es el amor filial (entre padres e hijos), sino el conyugal. 

Claro, también es más difícil mantener ese cariño por el cónyuge que el paterno o materno. De ahí que sea mucho más fácil divorciarse que abandonar a un hijo. Pero para tener una familia sólida y estable, es más importante o prioritario amar a tu mujer o a tu marido que a tu hijo.

No podemos dar algo que no tenemos

Para demostrar un cariño de calidad al cónyuge o a los hijos, antes debemos amarnos a nosotros mismos. 

Puede que esto suene egocéntrico, pero si lo analizamos bien: no es posible invertir sin dinero, ni trabajar sin energía, ni dar felicidad sin ser felices. Igualmente, no podemos darles a otros el amor que no sentimos por nuestra propia persona. 

Y no solo no podremos, sino que ni siquiera sabremos cómo hacerlo. Después de todo, somos la persona que mejor conocemos, la más cercana. Si no sabemos qué nos gusta, qué es bueno, no nos entendemos y no nos conocemos… ¿Cómo vamos a saber qué quieren, qué es bueno, qué les pasa o qué necesitan los demás? 

Es imposible conocer a otra persona más que a nosotros. Por eso, si no nos queremos ni nos conocemos bien, nuestra familia estará formada por completos desconocidos. Así que, en resumidas cuentas: si no nos amamos primero, no seremos capaces de amar de verdad. 

¿Qué es primero tu pareja o tu familia?

¿Y si hablamos de la pareja frente a la familia de origen? ¿A quién debo poner primero a mis padres o a mi pareja? Esta pregunta pregunta se responde dependiendo de la edad y de la etapa vital en la que se encuentre la persona y la pareja.

Un adolescente que acaba de encontrar pareja, debe poner en primer lugar a sus padres, pues les debe una obediencia y correspondencia importante frente a una pareja que acaba de conocer. Incluso debe ponerse primero a sí mismo, a sus hermanos, a sus amigos antes que a esta nueva persona, porque nunca debemos dejar de ser nosotros mismos por una pareja.

Pero en la medida en la que va madurando él y la relación de pareja, poco a poco debe ir sustituyendo a sus padres por la pareja, hasta llegar el punto en el que primero va la pareja y luego los padres de ambos.

Este relevo progresivo va en función de la responsabilidad que va adquiriendo el adolescente: si el adolescente asume suficiente responsabilidad en el resto de áreas de su vida, los padres dejan de tener el deber de decidir por él y de asumir con sus errores. Es entonces cuando el adolescente deja de deberles tanta obediencia y dependencia a los padres y entonces debe empezar a priorizar a la pareja.

También depende del grado de compromiso que asuma la relación de pareja: si existe por ambas partes un proyecto familiar, se debe empezar a priorizar el nuevo proyecto familiar sobre la propia familia anterior. Es cuestión de coherencia. Eso sí, el compromiso debe ser por ambas partes, de lo contrario la relación de pareja estaría desequilibrada.

El equilibrio y las prioridades: clave para una familia feliz 

La Psicología y la Antropología familiar llegan juntas a una conclusión diferente de lo que la mayoría de las familias piensan en cuanto al criterio del amor familiar. El orden de los factores es el contrario a lo que habitualmente estamos acostumbrados. 

La cuestión no es a quién debería amar, eso no debería ni plantearse, sino que la cuestión es ¿en qué orden de prioridad deberíamos preocuparnos por cada miembro de la familia? En esto la respuesta es clara y coherente.

Para que una familia funcione y no sea tóxica o desequilibrada, el orden correcto de prioridad es el siguiente. Primero debe estar el amor propio, en segundo lugar el que sentimos hacia nuestro cónyuge y, en tercer lugar, el amor por los hijos. 

Si tenemos en cuenta todos los integrantes de entorno familiar: primero debo ser fiel a mí mismo, luego a mi pareja, luego mis hijos, después mis padres y seguido de ello, a mis amigos y hermanos. Aunque este orden puede alterarse en función de si mis padres, pareja o amigos son buenos o no: nunca va primero quien no me quiere que quien sí me quiere. Porque lo que realmente constituye la familia es la relación de amor, no tanto de sangre. Quien no me quiere, simplemente deja de ser familia y, por tanto, deja de ser prioritario.

Las familias que no siguen el orden natural de prioridad dejan de ser familia y se convierten en un clan, con olor a cerrado, con ciertos apegos desequilibrados y numerosas relaciones de dependencia que tenderán progresivamente a lo sectario. La familia debe ser una realidad libre y abierta hacia afuera para seguir creciendo y enriqueciendo a la sociedad y a los que la componen.

De esta manera, las relaciones familiares serán realmente sanas, buenas y ordenadas. Como resultado, podremos ser felices y maduraremos adecuadamente todos, tanto padres como hijos.

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