Sobre la crisis de valores actual y cómo afrontar el relativimo moral
La teoría de que todo es bueno ha rematado en una orgía general de todos los males. G.K.Chesterton.
Cierto es que en España nos hemos educado en la fe católica, que hemos vivido en un ambiente cercano a la Iglesia y el legado de nuestros abuelos inevitablemente nos ha transmitido esa huella, esa impronta del cristianismo y del humanismo a su paso.
Sin embargo, como la mayoría de los jóvenes y adultos de este mundo actual, los nuevos españoles estamos creciendo en medio de una cultura llena de relativismo, sin norte y arraigada en el egoísmo, el hedonismo y la hipocresía; ideas muy contrarias a las que heredamos. Una cultura donde está mal visto creer o tener una ética radical —que no fanática, radical significa de raíz—, así como está mal visto afirmar con demasiada fuerza cualquier verdad o idea y, por supuesto, aferrarse demasiado a una visión del mundo. Como decía Chesterton: en cualquier esquina podemos encontrar un hombre pregonando la frenética y blasfema confesión de que puede estar equivocado. Cada día nos cruzamos con alguno que dice, que, por supuesto, su teoría puede no ser la cierta.
De modo que nuestros valores se han marchitado: ya no están arraigados, como esa planta que se ha secado de raíz o que tiene la raíz enferma. Nuestros valores no son fuertes, ni firmes, ni reales, y esa es la principal causa de la enorme carencia de salud mental que hay en la actualidad. Como exponía el doctor Javier de las Heras, estamos en una de las sociedades más neuróticas de la historia y la principal causa de ello es la pérdida de la paz interior en nuestro corazón por la enorme falta de falta de valores que frustran esa necesidad que todos tenemos de dar sentido a nuestra vida.
Sin valores, sencillamente no podemos ser felices, pues la función de los valores es la de aportar un criterio personal para la felicidad. Los valores son normas o, dicho en positivo, orientaciones para El Bien, es decir, para la felicidad de todos.
Los valores están ahí, en nuestra cultura y en nuestra historia, pero no basta con eso: hay que transmitirlos, explicarlos, enseñarlos y actualizarlos. Y si lo que más recibimos en nuestra etapa formativa es mensajes contradictorios y sentimentales a través de un sistema educativo sectario y unos medios de comunicación corruptos, y el mediocre ejemplo de tantos profesores, políticos y referentes famosos —referentes como músicos y artistas frívolos que sólo buscan vender o ser admirados, futbolistas endiosados que no hacen nada por el prójimo, o youtubers que se forran haciendo el imbécil delante de una cámara (por supuesto, no hablo de todos los youtubers, ni siquiera de la mayoría). Y, si encima le sumamos esa enorme cantidad de críticas destructivas que nos meten por todos lados hacia cualquier tipo de verdad, cualquier criterio de estética o de belleza o cualquier norma ética que nos dirija hacia el bien…, pues difícilmente se formará la conciencia de los jóvenes para que maduren íntegramente. Pues existen cosas objetivamente ciertas, cosas objetivamente bellas y cosas objetivamente buenas. Pero parece que está mal decirlo.
Por otro lado, para que unos valores sean auténticos deben ser probados, es decir, deben sobrevivir a dificultades, crisis, críticas, sufrimientos, ideologías, el paso del tiempo… que los reafirmen. Es en la crisis y en el sufrimiento cuando más debemos tener presentes estos valores. Pero si antes del sufrimiento no hemos recibido la formación necesaria, cuando este llega, nuestros cimientos caen como los de una casa mal diseñada y llena de fisuras en su estructura.
Cuando la formación moral falta, sucede que a la mínima dificultad —al primer sufrimiento grande que tenemos—, se nos desmorona la vida entera y no entendemos nada. Es como recibir un golpe desprotegido y sin saber de dónde te viene, o como ir a la guerra sin armadura ni escudo: no es solo que el golpe hiera sino que estábamos desnudos ante el arma que nos ha herido. Cuando alguien sin valores es maltratado o es expuesto a un sufrimiento grave, sufrirá por dos motivos: por el daño recibido y por no saber curarlo. Se descubre a sí mismo en una vida sin sentido ni rumbo que ha sido herida y no sabe porqué le han herido, ni cómo sanar la herida, ni cómo ser feliz (nunca lo supo, pero ahora lo necesita más que nunca).
Sucede aquí muchas veces lo que el doctor Luis de Rivera llamaba maltrato moral: un tipo de maltrato psicológico que acaba desorientando nuestra moral —nuestros valores, haciéndonos dudar de ellos o ir contra ellos— y hace honor a esa expresión española tan elocuente que se dice de la persona que se encuentra desmoralizada, es decir, sin ilusiones, desesperanzada, sin saber cómo realizarse ni cómo desarrollarse a sí misma.
El maltrato moral es una manipulación que consiste en deformar la conciencia de las personas, esto es, trastocar su juicio ético, por ejemplo, haciendo pasar lo malo por bueno con complejas justificaciones, encantos y tentaciones, o hacer pasar lo bueno por malo mediante el dramatismo, el victimismo, las mentiras y la culpabilización. Otra forma de maltratar moralmente es recurrir a la mentira favorita de los maltratadores: que el fin justifica los medios. O la más sutil de todas: el buenísmo, que es negar el mal, decirnos que todo vale, que todo es bueno. Y, si todo es bueno, nada lo es, entonces nos volvemos hippies, ilusos y carne de cañón para ser maltratados. Porque perdemos la perspectiva del mal y quedamos desprotegidos ante cualquier tipo de manipulación y expuestos a cometer los mayores errores por falta de prudencia. El final es siempre el mismo: descubrirnos perdidos, desconcertados, desorientados, desengañados, des-quiciados (es decir, fuera de nuestro quicio), des-nortados (sin norte) y desmoralizados (sin moral ni ánimo). La crisis de valores tarde o temprano deriva en crisis existencial. Y, si esta no se resuelve, caemos en depresión o ansiedad.
Para esta situación suelo recomendar un librito sencillo: Martes con mi viejo profesor, de Mitch Albom. Un librito ameno, fácil de leer, que contiene valores sencillos, universales y de sentido común, sanos, desligados de toda ideología o credo, sobre los que el escritor reflexiona y con los que nos confronta. Este libro —como tantos otros— sirve para revisarnos a nosotros mismos y hacernos pensar si de verdad estamos viviendo nuestra vida conforme a los valores que propone. También nos hace replantearnos nuestra opinión sobre ciertas cosas que hemos aceptamos con demasiada ligereza por imitación de esta sociedad desquiciada. En el fondo, Martes con mi viejo profesor nos hace replantearnos nuestra vida para volver a la base de nuestra fortaleza: los valores. Nuestra conciencia ética es lo que dirige nuestros comportamientos y acciones, nuestras emociones, nuestra manera de pensar y de ver el mundo y nuestra actitud ante la vida. Y da igual si al final de este libro concluimos que sus valores no son exactamente los nuestros, porque de igual manera nos servirá siempre para revisar los nuestros y reformularlos.
Todos necesitamos, en constantes ocasiones, reordenar nuestra vida, elegir el sentido que queremos darle y reenfocar nuestra mirada. Estos momentos son los que nos definirán como personas y determinaran la manera en que vivamos y veamos el mundo. Casi todos tenemos buenos valores en el fondo, pero pocos se paran a analizar la realidad desde ellos para vivir integralmente. Decía, de nuevo Chesterton, que loco no es aquel que ha perdido la razón, sino aquel que ha perdido todo excepto la razón. Esto significa que el problema no suele estar en nuestra lógica sino en las premisas que utilizamos al razonar: si perdemos nuestros valores y nuestras creencias, el argumento de nuestra vida se desbarata; si olvidamos lo importante, nuestra propia razón nos vuelve locos.
La peor consecuencia de esta pérdida de los valores es que imposibilita el elemento más importante de nuestra resiliencia: la identidad personal. Esta es la piedra angular de nuestra personalidad, y de ella emana nuestra autoestima, nuestra estabilidad emocional, nuestra forma de relacionarnos, nuestras ilusiones, etc. Perder nuestro sistema de valores es para la mente como debilitar su sistema inmunitario: sin él, cualquier virus inofensivo nos mata.
Todos debemos preguntarnos a solas y de corazón: ¿qué quiero?, ¿qué pienso de las cosas?,¿cuáles son mis valores? ¿qué cosas son las que importan desde mi perspectiva? ¿qué cosas deben tener una mayor prioridad?, ¿cómo quiero ser? Y sobre esa base edificar nuestra vida, porque serán los únicos cimientos posibles.
Para terminar, recomendaré otros libros interesantes y más profundos para reforzar nuestro sistema de valores y que amuebla excepcionalmente la cabeza: Ortodoxia de G.K. Chesterton y Ética: cuestiones fundamentales de Robert Spaermann. A nivel más profesional se puede leer Tratado de lo mejor de Julián; y como libro de consulta muy interesante está Problemas morales de la existencia humana, donde Rafael Gómez Pérez trata de forma breve muchísimos dilemas morales de todo ser humano.Luego, para potenciar la relación entre los valores y el sentido de la vida cuando esa crisis de valores nos haya llevado a una crisis existencial, recomendaría El hombre en busca de sentido de Viktor Frankl. También, en la mayoría de ocasiones será bueno leer El maltrato psicológico de Luis de Rivera, el cual nos ayuda a confrontar esa moral desde el plano negativo —lo que no hay que hacer—, ya que explica los distintos tipos de maltrato psicológico y moral, así como sus consecuencias, el cómo evitarlos y las claves para sanarnos de ellos.
Por lo demás, seguiremos dando de qué hablar.
Juan Carlos Beato Díaz
Psicólogo y Coach del Centro IPæ
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