Cómo adquirir hábitos

¿Quieres de verdad ser excelente? Cumple el pequeño deber de cada momento: haz lo que debes y está en lo que haces.

San José María Escrivá de Balaguer

El que de verdad quiera ser excelente, que aprenda a trabajar viviendo el presente: concentrado y consciente. Cuando uno es consciente (cuando está en lo que hace), puede amar lo que está haciendo; si uno se despista o está siempre preocupado por el futuro, deja de ocuparse del presente y se vuelve ineficaz. En el presente y en el trabajo se desarrolla la voluntad para ser constantes a través del tiempo. Al resultado de esta labor se le llama hábito, y cuando un hábito es bueno se le llama virtud.

Un objetivo principal del coaching es ayudar a que el cliente o el alumno mejore su conducta y pueda orientarla hacia donde él necesite para alcanzar sus aspiraciones; y esto se consigue, en gran parte, aprendiendo a adquirir hábitos. El hábito consiste en el desarrollo de una tendencia hacia una conducta concreta con afán de repetirla de forma rutinaria. Cuando los hábitos son hacia conductas buenas se les llama virtudes, cuando poseemos el hábito de una conducta que nos hace daño a nosotros o a los demás le llamamos vicio.

Generar un hábito cuesta voluntad y trabajo, tanto si ese hábito es una virtud como si es un vicio. Los vicios también son difíciles de aprender, ya decía el santo Cura de Ars: es más fácil hacer el bien que hacer el mal. De hecho, es más difícil aprender un vicio que aprender una virtud. Porque el mal hace sufrir y desmotiva, pero el bien nos hace felices y nos motiva a seguir creciendo.

Aunque a veces, nos da la sensación de que nos resulta más fácil hacer el mal, pero es por los vicios que ya poseemos de antemano y que nacen de un esfuerzo mal orientado o de algún problema, sufrimiento subyacente: una situación de estrés o de maltrato que nos fuerza e incita a lo desagradable y a lo negativo. Pero estos vicios muy difícilmente nacen por voluntad propia, por un deseo verdaderamente libre y consciente de sus efectos y consecuencias.

El bien es sencillo y sale rentable. La parte más difícil de los hábitos no es hacer lo correcto, sino dejar de hacer el mal al que estamos habituados y en el que estamos enredados.

Un vicio es como una especie de chicle pegajoso que se nos ha quedado aderido y no hay como quitarlo. Pero una vez desenredado, no tendremos problema para vivir felizmente en la virtud. De hecho, gracias a la mala expereincia gastaremos el adecuado cuidado antes de volver a caer en él.

Desde que descubrimos esto ―que podemos cambiar, que somos dueños de nosotros mismos, que poseemos el altísimo don de la autodeterminación― y comenzamos a reorientarnos, descubrimos la consoladora verdad que enseña el desarrollo personal: tu mayor defecto será tu mayor virtudPues, si los trabajamos, todos nuestros vicios pueden transformarse en virtudes.

Incluso nuestros vicios han jugado un poco a nuestro favor. De la misma manera que el estiércol sirve de abono, de nuestros defectos podemos obtener ―remediar― un bien mayor. Y si aprendemos a reorientar nuestros vicios hacia alguna parte buena que tengan, se convertirán en nuestras más poderosas virtudes. Es un ejercicio difícil y creativo, pero real y bastante fructífero: el vago se descubrirá tranquilo y contemplativo, el egoísta aprenderá fácilmente a quererse, el irresponsable cargará con grandes responsabilidades sin que le quiten el sueño, el hipersensible descubrirá que sabe tratar con delicadeza a los débiles o a los que sufren, el obsesivo verá que es bueno para concentrarse, al perfeccionistas se le darán bien tareas muy delicadas y sutiles, el cabezón tardará en aprender las cosas pero descubrirá que luego no se le olvidan nunca, el indeciso será lento al elegir pero certero, el tonto para estudiar será paciente y sencillo para enseñar y el discapacitado ―tantas veces desvalorado― conocerá el valor de la humildad, de la vida interior y de dejarse amar y nos lo enseñará a los demás.

Con este optimismo nos debemos preparar para el desafío más importante de nuestras vidas: construirnos a nosotros mismos. Sabiendo que generar un hábito siempre tendrá  una primera parte de voluntad y esfuerzo. Pero esto sobre todo será durante la primera etapa, porque llegará un momento en el que habremos adquirido la virtud y ya será fácil mantenerla con un poco de constancia. Será fundamental aguantar el tirón con voluntad, especialmente esos días duros con mucho trabajo o con verdaderos sufrimientos; pero con paciencia poseeremos y mantendremos cada vez más fácil la tendencia natural hacia ese acto que deseamos y que es bueno, hasta que sea prácticamente parte de nuestra personalidad.

¿Cuánto tarda en generarse un hábito? Normalmente 21 días (3 semanas). Aunque para personas más caóticas puede llevar hasta 4 semanas (lo que es, en resumidas cuentas, un mes). En especial es mejor insistir todo un mes cuando vamos a adquirir un hábito solo de lunes a viernes y no todos los días. Pero es necesario que no se falle ningún día de los previstos, de lo contrario el hábito se desmorona.

Por ejemplo, si se ha previsto estudiar una hora de lunes a viernes, se deberá llevar a rajatabla durante el mes entero, de lo contrario será difícil que se afiance la tendencia a la rutina de estudio. Si no se cumple se debe volver a empezar, contando de cero. A partir de cumplir ese mes, será mucho más fácil estudiar diariamente porque se poseerá ya la inercia de ese hábito.

Se puede hacer una especie de tabla de 4 x 7 recuadros (4 semanas / 7 días de la semana) y marcar con una X el día en que se cumpla el hábito propuesto. Si no se va a realizar la actividad los domingos o los sábados, se haría una tabla de 4 x 5 (4 semanas / 5 días laborales).

Es bueno que la semana que se cumpla el hábito se debe celebrar de alguna forma: es bueno celebrar los logros. Pero si se falla algún día, se vuelve a empezar con paciencia, tranquilidad y sin culpabilizarse de nada. El castigo siempre será negativo para adquirir los hábitos.

También es importante en el desarrollo de los hábitos la puntualidad: la puntualidad genera disciplina. En Japón lo tienen muy claro, y los japoneses son unos locos del orden y la responsabilidad en el trabajo. El valor de la puntualidad reside en el valor de nuestra palabra y en los ritmos cronológicos de nuestro cerebro. Por un lado, si hemos acordado empezar a una hora y empezamos tarde ¿hasta qué punto hemos cumplido nuestra palabra? ¿Si hoy hemos fallado podemos confiar en que mañana lo vayamos a hacer bien? Cada uno conoce su grado de madurez, pero solemos tender hacia el autoengaño y el desorden. Normalmente no se debe dar por válido el día en el que se empiece muy tarde con el hábito (por supuesto esto tampoco es motivo para dejar de hacer la tarea: lo peor que se puede hacer es dejar de cumplir el hábito solo por haberse puesto tarde, sería como premiarnos). Tampoco es bueno desplazar otros compromisos anteriores a este hábito para cumplir el nuevo: el valor de la palabra se rompe igualmente por otros temas y se hace todo una bola de informalidad. A veces deberemos empezar, no tanto por adquirir nuevos hábitos, sino por intentar simplemente ordenarnos y llevar bien la rutina básica planeada. Quizás uno de los primeros hábitos a desarrollar sea algo tan básico como ser fieles y puntuales en las actividades que ya teníamos establecidas. Por otro lado, en cuanto a la importancia de la puntualidad, está la relación con el reloj biológico de nuestro cerebro: es mucho más fácil programar e impulsar la tendencia hacia un hábito cuando se hace siempre a la misma hora.

Dada la importancia de la puntualidad y el orden de los tiempos para el desarrollo de los hábitos, es fundamental empezar esta labor tenaz construyendo un horario. Es decir, una tabla entre los 7 días de la semana y las horas diarias en las que no dormimos, donde planeemos nuestra rutina principal. En ese horario deberemos organizar nuestro día a día y anotar la hora concreta de cada día dedicada a cada hábito. No debe ser. Demasiado rígido, pero si englobar una estructura base medianamente ordenada para que pueda generarse la rutina.

Lo interesante de la cuestión es que la voluntad se puede orientar hacia donde nos marque nuestra razón. Una metáfora bonita es la del jinete y el caballo: nuestra razón o nuestra alma es un jinete que monta a lomos de nuestro cuerpo: un espléndido caballo. En este cuerpo es donde reside nuestra emoción, que encauza nuestra fuerza de voluntad, y además suele ser bastante potente y poderosa, como un portentoso caballo. Pero en toda esta labor hay una gran verdad que debemos aceptar y respetar humildemente: la emoción siempre vence a la razónEl caballo es más fuerte que el jinete y, si no está domado, hará lo que le venga en gana. Sin embargo, el jinete es más inteligente: podemos aprender a programar a nuestro cerebro ―nuestra emoción, nuestro caballo― y así encauzar toda nuestra fuerza. Pero solo si conocemos como funciona. El secreto reside en que funciona por pequeñas tendencias que pueden cambiarse poco a poco y una a una.

¿Cómo domar al gran caballo de nuestra emoción? De la misma forma en que tratamos a una persona que realmente nos importe: con cariño y tiempo. Es decir, con tacto y poco a poco. Por un lado, debemos separar el gran objetivo final en metas cortas, empezando siempre por la que más nos ilusione o nos ayude. A esto se refiere lo de dedicar tiempo. Por otro lado, el cariño está en la paciencia, en no juzgarnos cuando fallamos y en celebrar las victorias.

La primera clave para tener metas pequeñas es simplemente que los hábitos deben proponerse uno a uno. No como en año nuevo… que nos ponemos sentimentales y hacemos toda una lista de propósitos en los que cambiar desde el día 2 (el uno es el de la resaca). Es mejor ir uno a uno, poco a poco, mes a mes, como la Reconquista Española, sabiendo que el tiempo hace maravillas cuando uno camina hacia un norte claro y con el motor de ilusión. Decía San Francisco de Sales:  nada retrasa tanto el progreso en una virtud como el desear adquirirla con demasiado apresuramiento. El cariño y el tiempo se unen en una primera virtud necesaria para aprender todas las demás: la paciencia; que es lo mismo que el amor solo que a través del tiempo.

Por otro lado, y para ayudar a nuestra paciencia, el orden en que adquirimos nuestros hábitos debe tener que ver con nosotros. Por eso, antes que un horario, debemos hacer una lista de hábitos que deseemos aprender, y antes incluso que esto, debemos hacer un onirograma: una lista de sueños y de ilusiones que deseemos alcanzar o perseguir. Y cuanto más grande sea mejor, que haya ilusiones para tres vidas: ¡que tengamos realmente ganas de vivir! Porque lo interesante para que no decaiga la motivación es que esos hábitos se basen en nuestras ilusiones; y, por supuesto, empezar siempre por hábitos que tengan que ver con las mayores ilusiones (aunque sea solo con una pequeñísima parte de ellas, en el caso de que sean incompatibles con la rutina que debemos tomar). Si no, por mucho que luchemos para desarrollarlos, nos sentiremos vacíos, frustrados y se vendrán rápidamente abajo estos hábitos cuando descubramos que no se identifican con lo que realmente queremos.

Desde esta lista de ilusiones estableceremos nuestras verdaderas prioridades en la vida (recomiendo también escribirlas; insisto en escribir pues toda organización escrita es más efectiva, sobre todo la vital), y de ellas se deducirán las virtudes y hábitos necesarios en los que mejorar. Uno debe gastar su voluntad cada mes (si es constante y no falla) en dirigirse hacia una sola tendencia que desarrollar, empezando por la más importante y la que más le motive, mientras, por supuesto, mantiene las que ya posea de antes. Y cuando ya haya aprendido esa nueva tendencia, empezará otra. Y luego otra, y luego otra… Sueña en grande, actúa en pequeño, escuché a Marian Rojas, pues uno debe tener grandes metas e ilusiones, pero, a la hora de la verdad, dedicarse a trabajar cuidadosamente en el presente: el pequeño deber de cada momento: haz lo que debes y está en lo que haces.

Y así es como poco a poco se construye la fuerza de voluntad, la personalidad, el comportamiento y toda una vida de proyectos; y así es como se doma a un caballo.

Si uno mantiene con paciencia el desarrollo de sus virtudes, al cabo de un año habrá transformado enormemente su día a día, su actitud y su vida. Los hábitos y el trabajo son ese ambiente de orden que es nuestro pan de cada día. El trabajo es para el hombre lo que el mar para los peces: el lugar donde vive y el ambiente en el que respira. Sabiendo que la paciencia no juzga, no acusa, no roba la paz sino que abraza, no nos escandalicemos ni seamos dramáticos cuando caigamos o fallemos. Uno debe mantenerse en la esperanza y nada la restaura tanto como el abrazo. El que espera no desespera si sabe abrazar (D. Luengo). De hecho, la virtud tiene mucho más de constancia que de esfuerzo. Es muy sencillo, el simple tiempo hace maravillas cuando uno camina hacia un horizonte enamorado.

A partir de aquí, recomiendo la lectura del libro Las virtudes fundamentales de Josef Pieper, para encontrar en él una guía y descripción de los mejores hábitos a desarrollar para nuestra excelencia personal.

Nota para muy caóticos:

Puede ser difícil y frustrante empezar a desarrollar hábitos al principio. Por eso debe haber una organización buena y sencilla antes de empezarlo. Por ejemplo, uno debe tener muy claros los ritmos de productividad, concentración y rendimiento adecuados para el trabajo que ha de desempeñar. Por eso, el primer hábito a cumplir no es de trabajo sino el de los descansos: dormir lo suficiente y con un sueño de calidad y descansar a la hora de comer del ritmo laboral. Es aconsejable que el descanso de la hora de comer sea de 2 horas o 2 horas y media. Y que descansemos un mínimo de 7 horas en adultos, 9 en adolescentes y 10 en niños. Sin un descanso ordenado y una higiene del sueño no tendremos energía para desarrollar nuevos hábitos.

Para adquirir el hábito de trabajo o estudio, es recomendable empezar simplemente por cumplir los tiempos, no tanto conseguir los objetivos (los resultados ya llegarán más tarde). Al principio lo importante es trabajar, bien o mal, cuando quieras, pero diariamente y con insistencia. El trabajo es la actividad que más ordena. Más tarde, podremos empezar a introducir tiempos marcados en la rutina. Y seguir por cumplir concretamente los compromisos sociales (con personas, amigos, profesores, asistencia a clase, horarios de trabajo) sin faltar a ellos ni escaquearse. Y después continuar con los compromisos y metas más personales.

Son también muy beneficiosos para generar disciplina introducir cuanto antes hábitos de limpieza, pues enseñan mucha responsabilidad con un mensaje inconsciente sobre el deber de limpiar o remediar nuestros errores, que tienen consecuencias palpables en nuestra vida, así como un mensaje sobre la necesidad de limpiar con cierta rutina nuestro interior para mantenerlo bien orientado y a tono para seguir obrando hacia aquello que realmente queremos y nos hace bien.

Por otro lado, cabe decir que el trabajo más sencillo para empezar a adquirir la disciplina es el trabajo físico ―más que el mental, como el estudio, la concentración o la lectura―; es por ello que puede ser bueno empezar por él. Cuando se tiene disciplina para realizar el trabajo físico es más sencillo disciplinarse para el mental.

Por último, igual sucede con el deporte: el deporte físico es un buen paso primero para adquirir una buena disciplina. Si nada funciona, recordemos a Tolkien: donde no falta voluntad siempre hay un camino; todos tenemos algo de voluntad, de este modo, siempre podremos caminar. Literalmente me refiero a caminar: si alguien es capaz de andar todos los días 10.000 pasos durante 3 semanas, está preparado para adquirir cualquier hábito. Caminar es el deporte perfecto, el más sencillo, beneficioso y natural y una buena terapia. Si todo lo demás falla, empecemos por andar; lo demás, ya llegará. Recomiendo, además, hacer el excepcional Camino de Santiago, por ejemplo, aunque sea solo un tramo.

Nota para artistas:

En algunos casos puede parecernos incluso contrario a nuestro estilo de vida, a los que somos personas creativas e intuitivas, que funcionamos mejor cuando nos mueve la inspiración o la fuerza de la espontaneidad; pero no es así. Podemos llegar a pensar que la disciplina empobrece o rompe la creatividad llenando nuestra vida de ese molesto estrés exigente de cumplir plazos de tiempo y compromisos indeseados, pero esto es sólo al principio. Cuando el cuerpo, la mente y el alma se adaptan, tras un período, a una dinámica orientada y regulada de actividad, se automatiza la actividad a esos ritmos y la creatividad se contagia de la energía que está fuerza de voluntad desarrollada imprimen en nosotros, resultando como fruto una fuerte sinergia que multiplica la imaginación y la expresión más que en los mejores momentos de inspiración caótica de antes. Cuando el arte se orienta hacia la Verdad, la Belleza se vuelve mucho más profunda y real. Como decía Pablo Picasso: aprende las reglas como un profesional para poder romperlas como un artista. El orden genera inspiración, aunque luego haya que romperlo puntualmente para lanzarse a la creación artística cuando le llega y así no perderla.

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